FS26 - De lo incierto al propósito
El camino está lleno de obstáculos y lo que te mueve no suele ser obvio. Entre tensiones y cambios, encontré mi motor.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Andamos un poco revolucionados en mi empresa. Revolucionados por el mercado, por nosotros mismos. Abriendo cajones y sacando ropa. Ese revoloteo a mi me pilla en el Ave, entre Murcia y Madrid. Remoto significa que puedes remolonear un poco pero al final hay que estar.
Llevábamos unos meses sintiendo que las piezas no encajaban del todo bien. Se percibía cierta tensión. Es normal si tienes una estructura pensada para crecer a toda costa y el mercado te marca otro camino. Te dice que está más difícil. Que hay que saltar más para llegar a la misma marca. El dinero está más caro, los CFO toman el control. Parece que sí pero no acaba de salir.
Todo responde a un plan bastante bien ejecutado. Un plan de negocio trazado hace tres años. Según mi socio Jorge Lana, “perfectamente ejecutado”. Jorge siempre es más optimista que yo, por eso me gusta trabajar con él. Claro que si cambia el contexto también debes cambiar tú. De nada sirve correr como un guepardo en un terreno pantanoso.
Esta guay lo de pararse a pensar. Hacer talleres, poner postits. Buscar los puntos problemáticos y asumir el reto de resolverlos. Encontrar tensiones y aliviarlas, mejorar la colaboración. Ha sido jodido pero llevo unos días sintiendo una armonía que hacía tiempo que no sentía. Supongo que se empiezan a acoplar las piezas de nuevo, veremos hasta cuándo nos sirven y a dónde nos lleva. Se percibe en la actitud de todos.
En todo esto tuvimos el evento de verano de Modulor, grupo del que mendesaltaren es parte. Alquilamos la Sala Equis de Madrid, un lugar inspirador. Durante todo el día compartimos visión del grupo y de cada compañía. Hubo espacio para la reflexión con una mesa redonda donde participaron varios invitados y debatieron sobre las trabas que diferentes colectivos encuentran en sus carreras, abordando especialmente las que deben enfrentar nuestras compañeras.
A mi me tocó dar una charla de 20 minutos como representante de mendesaltaren. Me salió hacerla como me sale todo. De las tripas. Yo pensaba que era mucho más racional de lo que realmente soy. Pero se ve que no.
En ella compartí una pildorita de la visión de mendesaltaren. Que cada vez se va haciendo más abstracta en su ejecución (bien) y más clara en su propósito (mejor). Cada vez más nos veo como un equipo que armoniza y alivia la tensión entre tecnología, personas y negocio. Que urbaniza un terreno difícil donde las decisiones tienen un impacto en esos tres vectores. A ver si otro día me animo a contarlo por aquí en detalle.
También pude compartir al equipo las habilidades necesarias para asumir esa responsabilidad. Un tema para tratar otro día en detalle.
Mentalidad crítica y de análisis.
Encajar forma y función.
Comprensión de la tecnología.
Creación de narrativas.
Búsqueda de la belleza.
Enamorarse del problema.
Entendimiento de negocio.
Sensibilidad humanista.
La charla empezaba y cerraba con una pregunta. ¿Qué quieres conseguir como persona/profesional? Llevaba muchas charlas de estas dando la brasa con los valores. Los valores están genial si sabes lo que quieres conseguir y así entender cómo conseguirlo. En esta quisimos dar un paso atrás. Ahondar no en el cómo si no en qué queremos conseguir y por qué. El qué tiene que ver con esa visión de la que os he hablado. No se trata de hacer nuestro negocio y ya, si no de preocuparnos por que el terreno en el que actuamos integre y armonice los intereses de los tres vectores.
Para atacar el por qué, compartí una experiencia personal ligada al concepto de motor, aquello que te levanta por las mañanas y que te motiva para hacer lo que debes hacer.
Hablé de mi primer año en Madrid. Durante ese año, que duró más de doce meses —los años empiezan y acaban cuando uno quiere— trabajé como becario en un par de agencias de publicidad. Lo de trabajar como becario en un par de agencias es casi condición exigida de escritorzuelo. Mi paga —porque a aquello no lo llamaría salario— era leonina que me colaba en el metro siempre que podía. En aquel momento si tenías 24 años ya no eras joven. A mi generación le persiguieron todas las ayudas, pero fuimos más rápidos. Pronto me moví a la segunda agencia —ambas parte del mismo grupo— porque estaba mucho más cerca del minúsculo piso interior que compartía en calle de la Verónica. Cuando mi primer jefe se enteró de que me cambiaba no le sentó nada bien y me pidió explicaciones. “Me pilla mucho más cerca de casa”. Le dije. “Me ahorro el metro”. Supongo que un razonamiento tan pedestre hirió su ego. “Págame sesenta euros más, a mi qué me cuentas”. Pensaba yo.
La segunda agencia estaba a unos dos kilómetros y medio de casa. Recorría esa distancia cuatro veces al día. Por la mañana, dos veces a medio día para comer y regresar, y de vuelta a casa normalmente anocheciendo, a pesar de ser verano. Lo pasé bastante mal en mis primeros años en Madrid. No conocía a casi nadie, mi compañero de piso de entonces era un gran tipo, pero también alguien bastante solitario. Dos fines de semana al mes, me permitía salir a tomar alguna lata de cerveza en una plaza con amigos de amigos. Uno de ellos hasta pagaba la entrada a la Sala Nasty, actual Sala Maravillas. Los otros dos fines de semana mi gran lujo era una tarrina de Ben & Jerrys Cookie Dough comprada en el chino de la esquina de calle del Fúcar.
En ese momento todo me decía “vuelve a casa”. No era un expatriado, no era un emigrante, no es una historia demasiado épica. Cualquiera me podrá echar en cara que en el fondo soy un privilegiado. Pero lo pasé mal. Era inseguro y no lograba conectar. La agencia me parecía un lugar con dinámicas que ni entendía ni quería entender. Mi equipo sí estaba bien. Mis jefes directos y compañeras eran buena gente. Pero llegué a pasar por sentimientos y etapas que no he etiquetado pero que no eran en absoluto saludables.
Durante los dos kilómetros y medio que separaban calle de la Verónica de calle Jenner, cerca de Almagro, pensaba mucho en lo que quería conseguir. En ese momento, era demostrarme a mi mismo que podía. Superar lo que esperaban los demás y yo mismo de mi. Vencer mis miedos. Superarme. Y aquí sigo. Ese fue mi motor.
“Es difícil saber por qué nos exponemos a procesos y cambios traumáticos. Para eso existe el motor. Esa energía que te empuja a exponerte a ciertas dosis de sufrimiento. En medio de mi incertidumbre personal, hace más de diez años, me aferré a la fe de poder hacerlo”.
De mi segunda agencia me largaron de un día para otro. Un miércoles, sin previo aviso. “Desde el grupo (WPP) han dicho que ya no se renueva a los becarios más de 6 meses”. El miércoles era becario y el jueves ya no. Las cosas han cambiado, espero.
Es difícil saber por qué nos exponemos a procesos y cambios traumáticos. Para eso existe el motor. Esa energía que te empuja a exponerte a ciertas dosis de sufrimiento. En medio de mi incertidumbre personal, hace más de diez años, me aferré a la fe de poder hacerlo. De no rendirme y no fracasar. De igual manera, este momento de incertidumbre, de cambio, nos está ayudando a centrar y entender mejor quiénes somos, qué hacemos y por qué hacemos lo que hacemos. Cuando tuvimos el viento de cola era fácil estar muy ocupado. Y es ahora cuando volvemos a reconocer quiénes somos y renovamos la energía para seguir empujando. Para seguir siendo mejores. Y prepararnos para lo siguiente.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
Hasta aquí el fundamento de hoy. Si te ha gustado, no olvides darme un ❤️ y compartirla con quien consideres. Si tienes algún comentario, lo que sea, te invito a conectar conmigo en redes y dejarme tus impresiones.
Inspiring❤️🔪