FS25 - Fruncir el ceño
El éxito sonríe a los optimistas y a los luchares. ¿Qué pasa con los luchadores pesimistas? ¿Con los que dan más noes que síes?
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Lo admito, siempre he sido una persona con cierta tendencia negativa. Dicen que el éxito sonríe a los optimistas. También a los luchadores y a los que no se rinden. ¿Qué pasa con los luchadores pesimistas?
Me van los retos. Aunque en ocasiones puedo pecar de falta de constancia -este boletín es la prueba de mi afán de superación- soy una persona comprometida. Me encanta superar las expectativas que hay depositadas sobre mí. Pero al mismo tiempo me cuesta aceptar determinados compromisos. Subscribirme a ideas y dejar volar la ilusión. Podríamos decir que voy con el no por delante. A veces pienso que también es un pecado de la buena memoria.
Creo que, por otra parte, mi actitud no ha sido en absoluto poco provechosa. Mis socios saben lo que cuestan mis síes, pero también que son férreos. Cuando me suscribo a algo lo empujo como el que más. Hago que suceda. He pecado de no sostener con suficiente diligencia algunos compromisos que adopto conmigo mismo, pero rara vez fallo a los demás. Cuando digo sí suelo morir por mi parte del trato. Pago mis deudas.
Este mundo es más práctico el optimismo, decir que sí (aunque luego falles a tus compromisos) suele recibir menor castigo que decir sí a pocas cosas pero hacer que sucedan. Sé que esto me ha penalizado en el pasado, pero también sé que por aquel entonces no era la misma persona que soy ahora. He tenido que volverme más listo, más sabio y conocerme más para reconocer determinados patrones.
El caso es que me paso demasiado tiempo con el ceño fruncido. Como Clint Eastwood en la trilogía del dólar. Me lo imagino con los focos delante, entrecerrando los ojos para no cegarse. ¿Se os ocurre alguna otra cosa que se “frunza”? Es una de esas palabras que siempre se presenta inevitablemente acompañada de otra. ¿Qué vas a fruncir, si no es el ceño? Me lo han dicho alguna vez personas a las que quiero. “¿Qué te pasa, Salva, que arrugas la frente?”. “¿En qué piensas? Pareces preocupado.” Estoy supuestamente tranquilo pero me asaltan pensamientos y mi expresión es de negatividad. Como una variante preocupada de Resting Bitch Face.
Como expone Daniel Kahneman en “Pensar rápido, pensar despacio”, la mayoría de nuestros juicios suceden inevitablemente de forma automática a través de lo que denomina como el “sistema uno”. Es decir, aquellos procesos inconscientes que permiten a nuestro cerebro resolver en segundo plano multitud de tareas automáticas del día a día. El cerebro es perezoso por una cuestión evolutiva y de ahorro energético, así que la mayoría de mis decisiones son irracionales. Explica también cómo ese sistema uno activa a su vez las expresiones faciales que acompañan a la decisión, revelando tu jugada a los jugadores expertos de póker que son capaces de observar tus pupilas.
Menciona también Kahneman en su libro un experimento realizado por Gary L. Wells y Richard E. Petty en 1980. A los sujetos “se les dijo que el propósito de este experimento era comprobar la calidad de un equipo de audio y se les pidió que movieran la cabeza repetidamente para comprobar algunas distorsiones del sonido. A la mitad de los participantes se les pidió que movieran la cabeza de arriba abajo, mientras que a los restantes se les pidió que la movieran de un lado a otro. Los que movieron la cabeza de arriba abajo (un gesto de asentimiento) tendían a aceptar el contenido del mensaje que oían, pero los que meneaban la cabeza tendían a rechazarlo. De nuevo no tenían conciencia, y mostraban la relación habitual entre una actitud de rechazo o de aceptación y su expresión física común.”
Si influye de forma tan drástica una determinada reacción física en los juicios que realizas a diario, ¿qué impacto tiene en mi vida pasar tanto tiempo con actitud preocupada?
Creo que tiene una parte muy positiva. Ha sido útil a su manera. El hecho de que mis síes sean caros ha hecho que me esfuerce tremendamente en analizar y tratar de tumbar mis noes. Siempre he dicho a mis colaboradores que el hecho de que me cueste decir que sí a muchas cosas se debe a que analizo profundamente en mi cabeza el coste de cada decisión. Mi inclinación al no me ha permitido adoptar una actitud crítica frente a las decisiones que tomo irracionalmente, y que mis muchos noes se transformen en algunos síes al cabo de un rato, mucho más madurados. También ha ejercido de contrapeso con mis socios, mucho más inclinados al sí.
Ahora estoy tratando de jugar al juego de otra forma. Estoy tratando de que la actitud sea más inclinada hacia el sí. Un sí crítico. Un sí con reservas. En vez de partir del no y buscar argumentos que lo conviertan en un sí, estoy tratando de partir del sí y desde mi posición tratar de tumbarlo con argumentos. Si soporta el juicio crítico entonces es que es un sí al que suscribirse. Pretendo con este cambio tres cosas:
Adoptar un número parecido de síes férreos. De síes con los que me caso. El ancho de banda no ha cambiado.
Sumar a mi mochila un buen número de síes que yo llamo de confianza. A los que darles una oportunidad. Aunque no lo empuje yo, permitir que lo que tenga que suceder, suceda.
Vivir más tranquilo. Preocuparme menos. Tener reacciones más serenas.
Pienso en las personas que mejor manejan el componente social y cómo suelen destacar por decir las cosas con una sonrisa y sin confrontar, pero de manera igual de clara. Rara vez usan el no como una barrera. Son capaces de defender su posición como lo haría una mangosta en un nido de serpientes y seguir sonando conciliadores, ofreciendo a sus interlocutores la posibilidad de expresar, de reflexionar, y de encontrar vías para establecer acuerdos.
Al mismo tiempo, estoy tratando de que mis noes sean más sutiles. Menos directos. Nunca me he cortado un pelo. Si pienso que no, lo digo y ya está. Pero analizando a posteriori a menudo rompo convencionalismos y he aprendido con el tiempo que en ocasiones los noes caen como una bomba. Tal y como explica el negociador Chris Voss en su libro “Rompe la barrera del no” -mal título y peor portada para un libro tan bueno- los noes son como un arma arrojadiza. Generan en tu interlocutor una reacción tensa. Crean una barrera que dificulta generar los acuerdos que buscas. Es mucho mejor negarse de formas más veladas, usando fórmulas como “Lo siento pero no puedo aceptarlo” o mejor aún, usar preguntas, “¿cómo puedo aceptar eso?”. Leído suena estúpido pero tiene mucho sentido. Negar sin generar sentimientos de negatividad, estableciendo un diálogo y dejar la puerta abierta.
Pienso en las personas que mejor manejan el componente social y cómo suelen destacar por decir las cosas con una sonrisa y sin confrontar, pero de manera igual de clara. Rara vez usan el no como una barrera. Son capaces de defender su posición como lo haría una mangosta en un nido de serpientes y seguir sonando conciliadores, ofreciendo a sus interlocutores la posibilidad de expresar, de reflexionar, y de encontrar vías para establecer acuerdos.
Para llevar a cabo esta transición estoy tratando de detectar cuándo frunzo el ceño. Cuando tengo cara de Clint Eastwood. Cuando estoy preocupado simplemente por estarlo. Detectar si mi no es simplemente un mecanismo aprendido. Estoy aprendiendo a callarme durante un segundo, dándole la oportunidad a la información a que transite en mí para después hablar. Establecer un diálogo sosegado, donde si tengo que defender mi posición poder hacerlo desde la serenidad y la apertura, sin crear barreras artificiales que dificulten establecer compromisos. Darle la oportunidad a los síes de existir y dejar que las oportunidades se delaten.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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