FS24 - El extraño objeto
Estudiar Jazz, como en diseño, es alumbrar un extraño objeto. Aprender para cambiar lo que sabes y llegar al conocimiento por una vía inesperada.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Hoy voy a hablar de Jazz, de maestros, de diseño y aprendizaje.
Hace justo un año que empecé a estudiar guitarra Jazz en la escuela Groove In, en Murcia, ciudad donde resido desde entonces. Mi profesor es un guitarrista extraordinario. Maxi Caballero. Os dejo un tema donde participa para que acompañéis esta lectura. No soy un buen músico. Desde luego tocando Jazz no llego ni a mediocre. Pero en este año ni me creo lo que he mejorado. Poco a poco.
A mí esto del Jazz siempre me había parecido un territorio inexpugnable. Un ochomil, cuanto menos. Improvisar y tocar todos esos acordes complejísimos a doscientos cuarenta beats por minuto me parecía, y me sigue pareciendo, una acrobacia a la que es imposible acceder. Todo ese bebop y esas cientos de escalas combinadas. Como digo, estoy a tres vidas de distancia. Pero estoy aprendiendo. Y en el proceso me estoy llevando increíbles sorpresas.
Yo pensaba, como piensa cualquiera que no tiene ni idea de algo, que el camino era lineal. Que empezabas en A, luego A+B. Que estudiaría un montón de escalas y un montón de acordes y que, con muchas horas de tocar escalas de arriba a abajo, acabaría sonando. Y claro que tiene un poco de eso, pero me parece que el aprendizaje está siendo otra cosa.
Ahora me imagino la música como una especie de raro objeto que flota en medio de una gran penumbra. Mi misión es acceder al conocimiento que alberga y ser capaz de nutrirme de ese conocimiento. Que fluya en mí. Que me permita expresar y tocar música. “Componer 1 minuto de música en 1 minuto de tiempo”, que decía el genial pianista Bill Evans sobre la improvisación. Debo alumbrar, descubrir, ser capaz de palpar y de conocer los detalles de ese raro objeto que imagino flotando en la penumbra de una sala diáfana. Como en un museo que contuviera una sola obra.
Para alumbrar y descubrir sus perfiles existen decenas de luces distintas. A veces son escalas. A veces es armonía, a veces son acordes, ejercicios, fórmulas. Por otro lado, es aprender temas, tocarlos, analizarlos. Rara vez es memorización a las bravas. Casi siempre es lanzarte al vacío de practicar un nuevo ejercicio y prueba, que de alguna forma alumbrará una nueva zona y te acercará un poco a conocer los secretos de ese extraño objeto. Exige poso, dedicación y tiempo. Exige constancia.
Cada nueva práctica, cada nuevo ejercicio, te acerca y te alumbra levemente una nueva zona que a su vez conecta con otras. No es un objeto inteligible. Su naturaleza es multidimensional y en su geografía todas las zonas están conectadas con el resto. Cada nuevo aprendizaje afecta al conjunto completo y modifica todo el territorio.
Y lo más bonito es que todo esto sucede en un lugar irracional. No es un conocimiento que pueda listarse en bullet points. No se puede resumir en accionables. Sucede y ya. Tú estudias y practicas todos los días, y con el tiempo los cambios y la mejoría se van dando. Pero se producen a través de mecanismos distintos. Primero no entiendo nada. Luego entiendo un poco. Luego paso por una especie de momento “Aha”. El entendimiento de lo que he estudiado me hace comprender un poco mejor todo lo demás, sobre lo que por otra parte sigo siendo ignorante. Estoy más cerca del objeto. Pero si miro atrás no se desandar el camino. No sé por dónde he llegado. Creo que simplemente he pasado por todos los sitios a la vez.
Me maravilla pensar en esos genios que han ideado todos esos ejercicios y fórmulas para acceder al conocimiento. Para alcanzar ese ochomil que es un músico de jazz plenamente formado en dos mil veinticuatro no basta con una generación. Necesitas varias generaciones de genios tocando, inventando géneros y combinaciones imposibles, y generaciones de genios teorizando sobre los inventos y creando maneras de hacer que las creaciones sean accesibles a personas más comunes. Genios que dan forma al raro objeto y genios que inventan maneras de descubrir sus perfiles, texturas y conexiones.
Hace unas semanas, cuando esperaba en la puerta de la escuela la llegada de mi profesor, un anciano paso a mi lado con su andador. Me preguntó si tocaba un instrumento. Contesté que sí. Nos presentamos, aunque no recuerdo ahora su nombre. Me preguntó si era músico. Le dije que era músico aficionado. Me dijo “entonces es que no te gusta la música”. Espetó que los músicos de verdad no piensan en otra cosa. “Si te gustara realmente la música, no harías otra cosa en la vida”. Recordé Bird, película que había visto unas semanas atrás. Pensé que tenía razón. Que si te obsesionaba realmente la música, no tenías sitio para mucho más. Le conté al anciano que dirigía una empresa. Rebajó su tono severo, y me concedió lo de ser aficionado. Nos despedimos.
Eso es lo que hace falta para acercarse lo suficiente al objeto. Dedicación completa. No pensar en otra cosa.
No sé si el diseño exige o no dedicación completa como la música. Pero sí creo que dominar el arte de las narrativas, de la evocación visual, de la cultura en la que operas, de las personas a las que te diriges, la capacidad de expresar y de hacer funcionar exigen mucho aprendizaje no lineal, de alumbrar zonas de otro objeto extraño.
Me parece bonito y único. Y me parece bonito porque lo puedo elevar al altar de verdadero aprendizaje. Aquello que simplemente se pega y se queda grabado. Ese aprendizaje que se da alumbrando zonas que se conectan con todo. Aprendizaje del que te cambia para siempre y que con cada concepto altera un poco toda tu composición. Pienso también en la necesidad de los maestros. Aquellos que han recorrido el camino antes y tienen la capacidad de prescribir cuál es tu siguiente salto al vacío. La siguiente luz y la siguiente zona que alumbrar. Para que los cambios se produzcan. Los que comprenden lo suficiente el objeto como para idear maneras para que otros lo alumbren. Cómo la práctica diaria sienta la base, pero no es hasta que no paras unos días, porque las obligaciones te lo impiden o porque estás de viaje, que de repente te vuelves a sentar y notas que las cosas se han reorganizado. Que has asimilado.
No sé si el diseño exige o no dedicación completa como la música. Pero sí creo que dominar el arte de las narrativas, de la evocación visual, de la cultura en la que operas, así como la capacidad de expresar y de hacer funcionar exigen mucho aprendizaje no lineal, de alumbrar zonas de otro objeto extraño. Exige dominar un lenguaje y unos códigos que, como en la música, son propios y no se pueden estructurar por las reglas de la categorización y de la taxonomía. Y que para llegar a ellos no vale con leer un manual, porque el manual, aunque te dé las pautas y te permita alumbrar la estructura subyacente, jamás te permitirá dominar y acceder. Hacer que esté dentro de ti.
Exige leer, escuchar, mirar, comparar, madurar. Exige tiempo y dedicación. Te obliga a hacer cosas que no sabes para qué sirven. Obsesionarte y dedicarle 16 horas a resolver un problema. Exige parar y dejar de hacer durante unas semanas. Escribir, escuchar, expresar. Llegar al conocimiento por la vía inesperada.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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