FS23 - La bala y la herida
La gestión de las emociones es uno de los mayores retos del trabajo en equipo. Ante los problemas, de nada servirá tratar los síntomas. Debemos encontrar la bala.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Hoy hablaremos sobre remoto, La Princesa Mononoke, relaciones y comportamientos que no entendemos.
Las interacciones personales son probablemente la parte más complicada de la mayoría de profesiones del conocimiento, donde tu labor se desarrolla generalmente en equipo. Trabajar en remoto me ha permitido cambiar de ciudad, nos ha abierto la puerta a una gran cantidad de talento que no necesariamente está en Madrid. Aún así, si volviera atrás no sabría decir si fue o no una buena decisión o si daría el paso al Full Remote si la decisión dependiera de mí. Sabiendo lo que sé ahora.
Entre remoto y flexibilidad hay un universo. No se trata de estar en la oficina por sistema, pero trabajar priorizando siempre el remoto es todo un reto. Solo las personas que han experimentado su parte negativa están realmente en posición de aportar a este debate. Lo demás son buenismos y una visión idealizada de las cosas.
El remoto cansa. Fatiga. No es cansancio físico, sino mental. En remoto la gestión emocional es una odisea. Una tormenta perfecta. No estamos cableados para la comunicación escrita y la falta de contexto de las emociones, tono y expresión de nuestros interlocutores son una trampa constante. No vengo a hablar específicamente de esto, pero sí que me apetecía arrancar enfatizando cómo la capa del remoto suma un extra sobre la ya de por sí compleja gestión emocional de un equipo.
Hace muchos años que vi La Princesa Mononoke. Fue en mi primer año universitario. En la residencia de estudiantes donde vivía. Hace dieciocho años. Tenía dieciocho años. La Princesa Mononoke fue uno de los primeros y más grandes éxitos del influyente estudio Ghibili, liderado por Hayao Miyazaki y Isao Takahata, emblema del anime japonés. Las películas de Miyazaki son mágicas, tiernas y crueles. Muestran mundos imaginados y con ellos nos enseñan el alma humana y la espiritualidad japonesa. Es curioso como ciertas historias resuenan en nuestra memoria muchos años después de haberlas descubierto.
Un Tatarigami es un demonio que destruye todo a su paso con solo tocarlo. Así lo define Wikipedia. La Princesa Mononoke arranca con el ataque de un Tatarigami a la aldea de Ashitaka, un joven y valeroso príncipe. El joven Ashitaka acude en auxilio de su aldea. Cabalgando sobre Yakul, su montura (que no es un caballo si no una especie de cérvido) el heróico Ashitaka logra desviar la atención del monstruo, evitando así la destrucción de la aldea y sus habitantes.
Mientras el demonio le persigue, Ashitaka acierta a herirlo de muerte en los ojos. Durante la batalla, el Tatarigami hiere a su vez a Ashitaka. Transmitiéndole un mal que provocará que abandone su aldea y desencadenando la trama de la película.
Una vez muerto el bicho, descubren que el demonio es en realidad el Dios Jabalí Nago, que había sido corrompido hasta convertirse en un diablo. Más tarde, los ancianos de la tribu descubrirán la causa de su locura y su enfermedad. Una bola de hierro. Un proyectil. Ese instrumento de muerte causaba su herida y de ahí brotaba el veneno que convierte a un dios en monstruo.
Como decía, la gestión emocional es uno de los generadores de conflicto principales y una de las mayores fuentes de estrés en mi día a día. Es difícil saber si estás o no haciendo las cosas correctamente. Si los mensajes que envías contienen el tono y la intensidad exactas, si llegan por el canal adecuado. No es solo que se entiendan, que ya es difícil, deben conseguir también permear. Aplicar la dosis justa de empatía y asertividad. En remoto, como digo, es más dificil.
A veces me cuesta entender determinados comportamientos. Tensiones, contradicciones, inseguridades. De un cliente, de un compañero/a, de un manager. Muchas veces estamos ofuscados. Otras, simplemente dolidos. En algunas ocasiones no tendrá nada que ver contigo y será una circunstancia puramente personal la que ocasiona el conflicto. Nuestro acercamiento al problema suele ser superficial. Generalmente nos dejamos llevar por lo que aflora. Por los síntomas. Tratamos de abordar las cuestiones del corto plazo. Aquello que vemos.
En mi experiencia, las emociones y los conflictos suelen tener un origen que va más allá de la simple apariencia. Nerviosismo, tirantez, inseguridad… la forma en la que se presenta tiene mil caras. Pero su origen suele ser simple y a la vez profundo y enraizado. Un pecado original que causa el primer dolor y desde el que se ramifican todas las manifestaciones posteriores.
En el peor de los casos ni siquiera percibimos que hay un problema que va más allá. También acostumbramos a obviarlo. Esperamos que se resuelva solo. Nos cuesta tener conversaciones complicadas y nos cuesta preguntar por qué. Nos cuesta sentarnos a decir que algo no está funcionando y hacerlo sin herir a la otra persona. La única fórmula que hasta ahora me ha ayudado a mantener seneridad y cordura es hablar cada semana con las personas clave en mi día a día. Al menos así me aseguro que si surge un problema vamos a procesarlo y a tratarlo juntos en un plazo máximo de cinco días.
En mi experiencia, las emociones y los conflictos suelen tener un origen que va más allá de la simple apariencia. Nerviosismo, tirantez, inseguridad… la forma en la que se presenta tiene mil caras. Pero su origen suele ser simple y a la vez profundo y enraizado. Un pecado original que causa el primer dolor y desde el que se ramifican todas las manifestaciones posteriores.
Al proceso de localizar esa fuente de dolor lo llamo “encontrar la bala”. Como le ocurría al Dios Jabalí Nago en La Princesa Mononoke, una bala había corrompido su alma transformándolo en diablo. Había una herida y una fuente de dolor que causaban su locura y su maldad.
Quizá sienta que no valoras su trabajo. Quizá hubo una reproche en público y la otra persona se sintió humillada. Quizá haya algún evento en su vida personal que le está generando desmotivación. Quizá ese cliente se muestra tenso porque no confía en la forma en la que se está trabajando. Quizá no entienda el proceso o no se sienta escuchado. Puede que tenga miedo a dejar escapar su oportunidad o a perder su trabajo. Las posibilidades, desgraciadamente para ti, son infinitas.
De nada servirá poner remedio a las derivadas del problema. Da igual que cierres y cosas la herida, que le pongas emplastes, que reces a los santos, que le ofrezcas pastillas y tónicos milagrosos. No servirá de nada. La bala sigue ahí y también el origen del problema.
Para encontrar la bala debemos primero sentir que algo está ocurriendo. Confiar en nuestro instinto. Salir de las herramientas. Estar alerta y percibir los sutiles cambios de comportamiento. Después, darnos permiso para equivocarnos. Poder fallar. Y sobre todo escuchar con empatía y humildad. Ya sea a un compañero, un manager, un cliente o tu pareja. Si la bala sigue ahí, si no se trata del problema de fondo, de nada sirve lo demás.
Si las posibles fuentes son infinitas no podremos catalogarlas ni documentarlas. En mi opinión esto va más de entrenar tu capacidad de detectar, tu sensibilidad para tratar, la confianza en ti y en tu equipo. Es normal que se hagan heridas, lo que debemos evitar a toda costa es que la bala emponzoñe y corrompa las relaciones que mantenemos. No tratar los síntomas. Es mejor encontrar y extraer la bala.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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