FS20 - El saber del Zapatero
Los favores se devuelven. Un pequeño gesto puede sembrar una relación duradera.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Un buen zapatero sabe cuándo regalarte un servicio. Lo pienso después de llevarle a Silvio el argentino, uno de los tres zapateros de mi barrio, las Wabi de Camper que me compré en navidad. Era, hasta ahora, mi pantufla favorita. Me cayeron un par hace unos años por mi cumpleaños y, aunque las sigo usando sentía que necesitaba cambiarlas. En esta ocasión no estoy contento con la compra. La zapatilla nueva, al igual que la usada, cuenta con una plantilla que se puede retirar. Cuestión de higiene, deduzco. Lo cierto es que en este par la plantilla escapa constantemente de su posición. No se pueden dar dos pasos sin que se escurra por la abertura. Verdaderamente molesto.
Hará un año que me lo dijo mi padre. “Las zapaterías están desapareciendo pero la necesidad sigue ahí”. Pensaba él en alto que el artesano que lo quisiera ver podría montar un negocio en cualquier barrio. No le hice mucho caso. Contesté con suficiencia que por algo desaparecían. Mi padre insistió, convencido de que había negocio. Su zapatero de toda la vida se jubilaba y sus hijos y nietos no querían seguir con el oficio. La gente sigue usando zapatos. Y si hay zapatos tendrá que haber zapateros.
El caso es que en mi barrio de toda la vida siempre ha habido uno. Uno y no más. Un señor de pelo largo y aspecto de hippie afable. Trabaja y atiende desde su pequeño mostrador que da a la calle, dejando ver el humilde taller. Un taller estándar, más o menos, para una zapatería. Pajarera de obra grande en una de las paredes. Mandil roído y buen carácter. A este solitario zapatero, que durante un tiempo fue el último rinoceronte blanco, se le han sumado en los últimos años ni más ni menos que otros dos. Estamos hablando de 3 zapateros en 3 calles. En un radio de 5 minutos. ¿Tanto se camina en mi barrio?
Le dejo las Wabi a Silvio y en menos de un minuto ya me ha informado de que la única solución que se le ocurre es pegar la plantilla. Yo le he dado el visto bueno y él ha procedido. Me las devuelve una dentro de otra y me da las instrucciones, “dos horas sin moverlas y que luego las usas como siempre”. Le digo que cuánto es. “¿Cómo te voy a cobrar por eso? No es nada”. Me contesta.
Un buen zapatero, prosigo, sabe siempre cuando regalarte un servicio. Hace muchos años el rinoceronte blanco de mi barrio también me regaló uno. No me acuerdo exactamente cuál fue la reparación. He estado, lo juro, los últimos 20 años de mi vida pensando que quizás no había más zapateros en mi barrio precisamente porque regalaban sus servicios. Pensando que tendría el taller viejo y el mandil roído por ser un señor humilde y generoso. Y que de generosidad no se alimenta uno.
Pensaréis que exagero, pero lo recuerdo bien. Me viene también una experiencia similar en un taller de bicicletas. De nuevo no recuerdo la reparación, pero sí el gesto. ¿Cuándo fue la última vez que os pasó?
De pequeños gestos también se vive y sin querer hacer de mi experiencia la norma supongo que a más gente le habrá ocurrido. Estos pequeños actos de generosidad tienen tanto de genuíno como de marca. También lo sabe Amazon, que se permite el lujazo de regalarte un producto que has decidido que no quieres. En plan: “¿Ya no lo quieres? Da igual ¡Invito yo, qué narices! Te devolvemos el dinero y el producto te lo quieras. ¡Sin letra pequeña!”
Construir confianza parece muy difícil. Y lo es, pero hay maneras. Se trata de dar más de lo que prometes, de empezar siempre mostrando tu dedicación e interés. Para despejar las dudas iniciales. De preguntar más de lo que hablas. Y de dar. Ser generoso es una de las mejores maneras de demostrar valor. Si las interacciones aportan a los demás resulta difícil pensar que no vayan a llegarte cosas buenas. So te llega un melón devuelve una pelota. Al pie o al espacio, pero un buen pase. Aunque a ti te llegara una pedrada.
“Todo el día recibiendo impactos publicitarios y lo que no se me olvida en la vida es el pegamento del zapatero. Camino por mi casa agradecido. Me está patrocinando confort por unos pocos céntimos que le costó el pegamento y un minuto de su tiempo“.
Claro que la generosidad la eliges tú. No puede ser impuesta. Una cosa es generosidad y otra abuso de confianza. Por eso no creo que el zapatero invite a quién se lo pide. Si no a quién considera oportuno. La confianza cuesta mucho menos perderla que ganarla y va de dar sin pedir a cambio. La confianza que acumulas puede ser intercambiada de muchas formas y conviene tener la cartera llena. Vas a meter la pata. Vas a tener que pedir disculpas y van a pensar mal de ti. Más vale que tengas ese crédito acumulado.
El caso es que el zapatero no hace publicidad, pero sabe que en el barrio hay bastantes pies y que todos ellos tienen como mínimo tres o cuatro pares de zapatos. Que la gente se casa y los zapatos se ensucian y arañan. Necesita cuidados. Que a veces te vienen grandes y a veces pequeños. Que a ti se me rompen por aquí y a mí por allá. Que la vida está cara y hay que arreglar. Todo el día recibiendo impactos publicitarios y lo que no se me olvida es el pegamento del zapatero. Camino por mi casa agradecido al zapatero. Ese zapatero me está patrocinando confort por unos pocos céntimos que le costó el pegamento y un minuto de su tiempo.
Personalmente siempre he tratado de ser generoso. Ayudar a clientes, candiatos, alumnos... A veces me saldrá bien y a veces no. No cobró por pegarte las plantillas de las pantuflas. Si es una chorrada normalmente lo hago y ya. Siempre me pregunto cómo sería actuar distinto. Cobrar por todo. Tu trabajo tiene valor ¿no? Que si Picasso y la servilleta y tal y cuál. Pero a mí pegar una plantilla, metafóricamente, no me parece un Picasso. Por eso, junto a tantas otras cosas, las hacemos porque nos parece que está bien, que es lo justo y lo disfrutamos. Y ademas creemos que es la menor manera de tejer esa red. He pasado del yo al nosotros porque creo que se refleja también en la empresa que dirijo.
Escribía esto al borde de la medianoche y me metí a la cama escuchando la entrevista en Kapital a Pablo Malo. Me lavaba los dientes pensando si lo que había escrito sobre Silvio y el rinoceronte tenía algún sentido práctico. En el podcast se hablaba de la moralidad como una herramienta para la colaboración. Como pegamento social. Citaron un estudio de un tal Oliver Scott Curry, profesor de Antropología en la Universidad de Oxford, publicado en la revista 'Current Antropology'. En dicho estudio se estudiaron los rasgos comunes en los códigos morales a lo largo de diversos grupos sociales, buscando una base común compartida por todos los seres humanos.
"En todas partes, todos compartimos un código moral común. De alguna forma, todos estamos de acuerdo en que cooperar y buscar el bien común es lo correcto". Había siete elementos que coincidían y se repetían: ayudar a la familia, ayudar al grupo social, obedecer a los superiores, devolver favores, ser valientes, repartir los recursos y respetar la propiedad del otro.
El zapatero sabe que los favores se devuelven. Sabe perfectamente que un pequeño gesto puede sembrar una relación duradera. Que no va a ser rico pero sí tendrá un oficio. Que habiendo pies habrá zapatos y si hay zapatos habrá zapateros. O quizás no lo sabe, pero sabe que está bien. Piénsalo cada vez que no puedas sacar nada a cambio. Ser generoso, a la larga, renta.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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Me viene a la cabeza el símil con dar propinas cuando sientes que tienes que hacerlo. Por ejemplo cuando vas a un bar o restaurante, sea caro o barato, pero te ha gustado el servicio de la gente que te ha atendido. Para mi, es satisfactorio dejar propina en esos casos. En cierta forma, estás construyendo esa relación duradera, porque la siguiente vez que vayas seguramente la atención será igual o mejor. Estás mostrando agradecimiento a esa persona, no al local, no tiene por qué ser a su dueño, solo a la persona que ha estado pendiente de que te sientas a gusto durante tu estancia en ese lugar. Y a mi, el agradecérselo de esa forma, me hace sentir bien.