FS15 - Nombre a las cosas
Mantener a un grupo en una dirección clara implica poner nombres, definir. Sobreexplicar las cosas hasta tener la certeza de que la imagen mental que tenemos todos es similar.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
Como managers pasamos mucho tiempo en reuniones. En mi caso aproximadamente 20 horas semanales.
Los llamo reuniones pero en realidad no todas lo son. Diría que más de un 30% son sesiones 1:1 que mantengo con personas clave del equipo. Algunos dirán que semanalmente es exagerado. Es algo que yo también me estoy cuestionando, pero el caso es que hasta aquí me ha funcionado bien. Es la manera más óptima que he encontrado de asegurarme que estamos remando en la misma dirección, que estamos conectados, que las necesidades, incertidumbres y particularidades de cada una de esas personas clave en el equipo están conectadas conmigo. De que las tengo en cuenta. De poder escuchar y transmitir.
Mi trabajo como CEO consiste en asegurarme de que hay dinero en el banco, de que ese dinero se reinvierte con sensatez en perseguir los objetivos de la compañía, que fichamos al mejor equipo y les damos incentivos para crecer, plantear una visión, detectar dónde aplicar la presión para superar los retos que van apareciendo para llevarla a cabo y asegurarme de que las personas clave del equipo entienden dicha visión, resuelven sus propios retos y empujan en la misma dirección.
La metáfora que más me gusta es la del barco de vela. Una carabela del Siglo XV, por ser la primera embarcación capaz de navegar contra el viento (aunque por tamaño somos más bien una Nao, que podía portar unas 60-70 personas). El capitán marca el rumbo y da las órdenes, y el timonel maneja el timón (como no). Pero no basta con el timón. Las velas, primero triangulares (o latinas) y después rectangulares (para aprovechar mejor el viento de popa) debían ajustarse según la dirección de los vientos para moverte en la dirección más cercana a la ruta trazada. Una tripulación completa a cargo de un sistema de cabotaje que debe ajustarse de la manera correcta. De que cada miembro de la tripulación haga su parte del trabajo depende que vayamos al oeste y no a otra parte.
Claro que en un barco la comunicación es más clara. Existirán posiciones prefijadas para que, según de dónde venga el viento, puedas ir más o menos en la dirección que marcaste en tu hoja de ruta. Me imagino yo, que no sé nada de barcos. Entiendo que tendrían órdenes en mayor o menor medida estándares para las operaciones más habituales y una buena dosis de pericia y creatividad para desplazamientos más inusuales o complejos.
En una compañía las cosas son un poco distintas. El lugar a donde vas es abstracto y la forma de llegar a él también. No hay un mapa que te lleve, solo las historias de otras empresas que llegaron o fracasaron, y cientos de manuales de cómo llegar a algún sitio. A saber. Como en un velero, la ruta nunca es lineal. Depende más de trazar lineas que te vayan dirigiendo hacia tu objetivo entendiendo la deriva oceánica, las tormentas que ponen en riesgo tu supervivencia, y las cosas brillantes que aparecen por el camino, que parecen ser tesoros fáciles de conseguir pero que habitualmente son poco más que distracciones.
No sé si se habrá notado ya en estos textos. Supongo que sí. Soy bastante tiquismiquis con las palabras. No sé si os pasa. Tiendo a sobreexplicar. A decir lo mismo de mil formas distintas. Buscar el matiz exacto de lo que quiero transmitir y a tratar de encontrar la palabra precisa en cada momento. Cuando hablo en inglés a veces genero silencios incómodos ante mi imposibilidad de encontrar en un idioma ajeno la palabra precisa. Probablemente en inglés soy una persona más easy going.
El caso es que es la mejor forma que he encontrado para marcar y transmitir nuestra dirección. Rumiarla con mi equipo de mil maneras distintas. Si es una isla, que se la imaginen casi como si estuvieran allí. Hablando de los peligros, de los por qués, de cómo llegaremos, de cuál es su posición o de qué potenciales problemas pueden surgir por el camino. Me extiendo (no sé si innecesariamente) en mil detalles tratando de que la imagen mental que las otras personas y yo nos hacemos sean similares. Uso diez metáforas distintas para explicar lo mismo. Me parece, de hecho, divertido hacerlo.
Seguramente otras personas encuentren un estilo de liderazgo diferente. En mi caso creo que es mi fortaleza y también una debilidad. El énfasis que pongo en tratar de explicar algo de una forma exacta me vuelve también a veces poco abierto a aceptar cierto grado de indefinición cuando esta viene de otra persona. Exijo al resto exactamente la misma precisión que yo busco, y para muchas personas es prácticamente imposible. Sencillamente su cableado cerebral es diferente, y no por ello son peores ni mejores.
Trabajar en remoto y hablar de que haces muchas llamadas parece poco menos que mentar al diablo. Son agotadoras, en eso estamos de acuerdo. Pero, en mi opinión, dichas conversaciones en entornos pequeños, ese pulir y pulir el mensaje hasta transmitirlo de una forma exacta, marca en gran medida que el trabajo de todos discurra en una dirección lo más cercana a tu ruta. Entendiendo que queremos llegar a un determinado lugar y que la estrategia para llegar ahí, si bien se marca anualmente, se tangibiliza en gran medida entendiendo los problemas que la compañía encuentra en cada momento, aquellos con los que debe convivir y detectando el guisante bajo el colchón. O el elefante en la habitación, que es aún más dificil. Esa dirección debe ser ajustada, pulida y adaptada casi semanalmente.
Si no ponemos nombre, no podemos referirnos a algo. Y si no lo definimos, no podemos asegurarnos de que dicho nombre resuena de la misma manera en cabezas diferentes.
Tratar de definir, delimitar, perfilar y ponerle nombre a todo. Dar nombre es dar vida, como el Golem de Praga. Según la leyenda, el Golem cobraba vida cuando se le trazaba en su frente el vocablo Emet (אמת—"verdad" en hebreo). Para desactivarlo, bastaba con borrar la primera letra E. Quedaba entonces escrito en su frente Met (מת) que significa simplemente “muerto”. Si no le ponemos un nombre, no podemos referirnos a una cosa. Está muerta, no existe. Y, si no lo definimos después, no podremos estar seguros de que dicho concepto resuena de la misma manera en cabezas diferentes.
En mi caso, hablar y hablar de ello, explicarlo de mil maneras diferentes, sobreexplicar y ponerle nombre a todo, es la mejor manera que he encontrado para que sople el viento.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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Qué interesante. Cuando surgen estas conversaciones en las que alguien salta con una definición de diseño, más allá de las usuales, siempre me parece acertado decir que diseñar es, principalmente, nombrar :P