FS14 - El Aviador Garnier
Las mejores aventuras, los mejores amores y los mejores sueños son los imaginados. Como el arrojo y los prodigios de pericia del notabilísimo aviador Garnier.
¡Hola! Soy Salvador Serrano. CEO de mendesaltaren. En los últimos años he ayudado a decenas de empresas a crear sus marcas y productos digitales. Mientras tanto, hemos hecho crecer mendesaltaren hasta lo que es hoy.
En este lugar, comparto mis impresiones sobre diseño, liderazgo, personas y cultura.
“El notabilísimo aviador Garnier ha realizado estos últimos días, en San Sebastián, una serie de vuelos a cual más asombroso, demostrando su dominio del aeroplano al mismo tiempo que su arrojo. Voló sobre los edificios, sobre la bahía, hizo verdaderos prodigios de pericia, aparentando que iba a aterrizar en un sitio ocupado por el público y elevándose de nuevo majestuosamente cuando se iniciaba la huída de los que temieron que cayese sobre ellos. Garnier ha sido ovacionado.”
Es verano y estoy en San Sebastián.
Me gustaría escribir sobre diseño pero me cuesta mucho. Así que es verano, y estoy en San Sebastián.
Acabamos de llegar al viejo apartamento del Antiguo, propiedad de la familia de Irene. Mi amiga. El apartamento pertenecía a su abuela, nacida en Donosti. Al morir su abuela, fue heredado por sus hijas, las tías de Irene. Ahora este apartamento se alquila a estudiantes durante el año y en verano se utiliza como residencia familiar de veraneo. Pronto venderán el piso y a Irene eso le da pena. Pero lo entiende. El apartamento está en una kalea sin salida flanqueado por una farmacia y un callejón que conduce por una vía peatonal a la kalea contigua.
También hay un supermercado donde más o menos una hora después la encargada nos parecerá primero muy seria y luego muy agradable. Nos parecerá seria pero simplemente está trabajando a toda prisa antes de la hora de cierre, verá que cogemos unos blísters de jamón de una nevera e interrumpirá entonces su labor para decirnos que los de al lado cuestan lo mismo y para bocadillos son mucho más sabrosos. Acto seguido nos preguntará de dónde somos (de Murcia, contestaré yo) y dirá que qué bien. Que ella estuvo y lo disfrutó mucho. Contestaré que gracias. Ella espera que nosotros disfrutemos también de Donosti. Sí, disfrutamos.
Volvamos al presente del texto. Es verano, estoy en San Sebastián y acabamos de llegar al apartamento. Echamos a suertes las habitaciones y a nosotros (Encarna, mi pareja, y a mi) nos toca la más grande. Que además tiene baño.
Me encanta mirar libros y cosas viejas. Es una debilidad. El futuro me interesa razonablemente, el pasado me obsesiona. Me interesa la historia y me interesa la vida de las personas que habitaron esos tiempos que ahora pisamos sin darle demasiada importancia. En una estantería encuentro una especie de póster antiguo enmarcado.
“Domingo 25 de Febrero 1912. 30 Céntimos”.
En el centro, una foto recortada en forma de círculo en cuyos lados se dispone el texto que abre este artículo. El notabilísimo aviador Garnier…. sin duda un esfuerzo de maquetación para la época. Sobra decir que el espacio entre letras en algunas palabras (avia d o r) está bastante forzado para que los bordes del párrafo recorten la silueta circular, centro de la composición. En la foto aparece un señor muy de 1912. Actitud afable. Se puede deducir una sonrisa. Bigote poblado. Gorro y gafas de aviador. Ahí está Garnier, sentado sobre su aeroplano.
Leo el texto tres o cuatro veces.
Me imagino ser un niño. Qué sé yo, Mikel Andueza. Ser un niño guipuzcoano de mil novecientos y poco. Vivir en Tolosa, a treinta kilómetros de San Sebastian y no haber ido nunca. Leer este texto. Me imagino imaginando al aviador Garnier, la bahía, el arrojo y a los reyes mirando con sus binoculares. A estos tampoco los he visto nunca, pero me los imagino muy blancos. Me imagino los prodigios de pericia y me imagino el falso aterrizaje sobre el aterrorizado público. Hay un perro corriendo, una señora empujando su carrito desesperadamente, un señor que tropieza y cae. Me lo imagino primero como visto desde el presente. En blanco y negro, a toda velocidad y con una calidad bajísima. Hago un nuevo esfuerzo y lo imagino en un estilo así como Miyazaki. En plan El viento se levanta.
Pienso, ahora en octubre, y pensé entonces, allá en verano, en lo explícitos que nos hemos vuelto. Los mejores terrores, los mejores amores y los mejores sueños son los imaginados. Espero que podamos recordarlo mientras crece este mundo donde todo aparece a la vez, en todas partes. Evocar e imaginar. Diseñando, escribiendo, creando o volando.
En este mundo en el que hemos visto todo a la vez en todas partes, qué bonito es volver a no saber. A tener sólo unas piezas. A que el resto tengas que imaginarlo.
Quizá es eso lo que me llama la atención del pasado. Quizá me ofrece las suficientes piezas de información para que pueda imaginar el resto. No demasiadas, las justas. Para ser un poco como ese Mikel. O como la abuela de Irene.
Pienso, ya en octubre, y pensé entonces, allá en verano, en lo explícitos que nos hemos vuelto. Mi hermano me dijo hace unas semanas que no había visto Tiburón porque el tiburón de mentira le sacaba de la peli. Le dije que estaba equivocadísimo. Notabilísimamente equivocado. En Tiburón el tiburón no se ve más que en la escena final. Y ni falta hace. En Tiburón lo que vemos son personas ante una situación extrema provocada por un mal que imaginamos. Como en La Cosa, de Carpenter.
Los mejores terrores, los mejores amores y los mejores sueños son los imaginados. Espero que podamos recordarlo en este mundo explícito donde todo aparece a la vez y en todas partes. Evocar e imaginar. Diseñando, escribiendo, creando o volando.
Gracias por leer Fundamentos Serrano.
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